Quedamos todos puntuales en la parada de Nou d'Octubre y nos fuimos poco a poco hacia Sinarcas, escuchando una canción de Cher que nos acompañaría durante todo el día, e intentando traducir frases del italiano, que jamás fue tan complicado.
Una vez en Sinarcas, nos dirigimos a la Ermita de San Marcos, punto de partida de la ruta. Aunque el Sol brillaba fuerte en el cielo, el frío fue nuestro principal compañero de excursión, haciendo que hasta Karolina (Polonia) y Víctor (Valladolid) tuvieran que abrigarse convenientemente.
La ruta pronto nos mostró unas estupendas vistas desde el Mirador de las Grajas, en donde se podría apreciar el surco realizado durante siglos por el barranco.
Continuamos el descenso al lecho y, con una pequeña pérdida, llegamos a través de un cómodo camino junto a un antiguo, aunque muy bien conservado, molino. Allí decidimos almorzar, disfrutando de la tranquilidad, del sol, y de unas adictivas galletitas saladas que nos invitaban a seguir descansado allí. No obstante, la cabeza pudo al corazón y nos volvimos a poner en marcha.
Una vez en el lecho, caminamos junto a él mientras Víctor nos comentaba las distintas modalidades del juego de orientación, y Karolina disfrutaba de las fotografías entre los huecos de las rocas.
Al llegar a un punto que consideramos difícil de vadear, volvimos tras nuestros pasos y regresamos al molino, retomando la ruta junto a un centenario chopo. Pronto comenzaron los problemas, pues las lluvias de los últimos días y la humedad reinante, hacían del suelo (muy arcilloso por cierto) una auténtica pista de patinaje en algunos puntos. Tras comenzar por el lecho, subir a una acequia, bajar de nuevo al lecho, sortear cientos de zarzas... la aparición del área recreativa del Regajo nos sentó a todos como una bendición divina. Allí decidimos preparar la comida aprovechando las magníficas instalaciones. El chef Egon nos preparó unos chivitos (uruguayos o españoles), que sentaron de maravilla mientras comentábamos las diferentes formas de celebrar la Navidad.
Si pensábamos que ya estaba todo hecho, sin duda nos equivocamos. Después de comer, el camino siguió con su tónica anterior de barro, plantas, árboles, agua... ni tan siquiera las huellas de los animales nos marcaban un camino mejor. Harta de tanto barro, Karolina decidió limpiarse los pantalones metiéndolos hasta casi la rodilla en uno de los vados del barranco.
Finalmente, tras realizar 3 kilómetros en hora y media, llegamos a una preciosa chopera en donde Egon nos recordó que todavía estamos en otoño y en donde descubrimos que Enrique es de sangre fría (¿o era caliente?).
La vuelta por el otro lado del barranco se hizo considerablemente más cómoda, ya que salvo algún corto tramo, el resto era por pista, lo cual se agradeció y mucho.
Finalmente llegamos a la ermita atravesando un campo de vid primero y otro en barbecho después, nos limpiamos el abundante barro que traíamos encima, y nos fuimos al pueblo a disfrutar de unos merecidos cafés, tés y colas.